Lucía Hidalgo, ex directora de moda para Cosmopolitan, vuelve a Daylight Studios: “Aquí, en estos estudios, he bailado y cantado, me lo he pasado genial trabajando”
Más de 35 años de trayectoria profesional nos han permitido trabajar y conocer a cientos de personas que, de una u otra manera, han estado vinculados con nuestro sector: fotógrafos, estilistas, directores de arte, modelos, asistentes… Con el paso de los años, después de muchas producciones e incontables horas de trabajo, el vínculo que hemos establecido con muchos de ellos ha superado el ámbito profesional y se ha creado una verdadera relación de amistad entre nosotros. Es el caso de Lucía Hidalgo, ex directora de moda para la icónica publicación de moda Cosmopolitan, con quien compartimos muchos buenos momentos durante cerca de dos décadas. Para recordar divertidas anécdotas o para hablar del inicio de nuestra andadura juntos y charlar sobre su larga experiencia al frente de innumerables producciones, hoy nos sentamos con ella en nuestro Estudio 3 para llevar a cabo esta entrevista.
¿Recuerdas cuándo y cómo empezó tu vínculo con Daylight Studios?
Claro. Mi relación con Daylight Stuidios comienza en los primeros noventa, en 1992 o 1993, cuando empecé a trabajar en Cosmopolitan. Yo había trabajado previamente en Dunia, pero cuando conocí a Freddy (Freddy Frisuelos es el fundador y director general de Daylight Studios) ya llevaba toda la gestión de moda en Cosmopolitan y era la responsable de contratar tanto estudios como fotógrafos, etc. Estamos hablando de otros tiempos.
Y de otro sitio…
Sí, yo conocí el primer Daylight Studios en la calle Embajadores. Era otro sitio y eran otros tiempos, en el sentido de las producciones eran precarias, se hacían con muchas carencias. Ahora tiene su gracia al mirar atrás, te ríes, pero es que entonces a los dueños de las revistas les costaba entender que hubiera que pagar por una serie de cosas, porque el mundo editorial era completamente diferente al de la publicidad. Por ejemplo, lo de contratar un estudio y tener que pagarlo “bueno, vale”, pero lo justo y necesario. No se pagaba por peluquería y maquillaje, y muchas cosas se hacían con crédito, con grandes peluquerías españolas como el Grupo Llongueras, por ejemplo. Los fotógrafos sí que cobraban, Así, el presupuesto nunca llegaba. Imagínate, con las producciones sabes cuándo empiezas pero no sabes cuándo terminas. Normalmente solía ser una media de ocho o diez horas para hacer un editorial de seis u ocho fotos. Entonces, claro, nos daba la hora de comer y no había presupuesto para comida, todo un cuadro. Luego, poco a poco, afortunadamente todo eso fue cambiando. Yo creo, aunque sea una opinión personal, que en su día hice una labor más o menos buena para que se avanzara con estas cosas, en parte, claro, porque yo era parte interesada.
Tuvisteis que hacer entender que las producciones tenían que ser algo más serio.
Sí, que se tenían que abordar de una manera más profesional y que tienes que tratar a la gente como profesionales y cuidarles. Cuando vas a pedirle a la gente que rinda al máximo y que den de sí todo lo que puedan pues, hombre, lo mínimo es que coman decentemente, ¿no? Que la modelo vaya bien sentada en una furgoneta en la que no se tenga que agachar… Recuerdo que nosotros íbamos en una de color naranja en la que no entrábamos de pie. El señor que la conducía se llamaba Donato, creo recordar. Dentro llevaba cajas de fruta. Tengo grabada en la cabeza una escena en la que previamente habíamos estado precisamente aquí, en Daylight Studios, porque íbamos a hacer estudio y exteriores, y me hace muchísima gracia recordarla porque estábamos en plena Plaza de Atocha, ahí aparcados y, como teníamos que esperar a que se hiciera la foto, pues sacamos las cajas de fruta y ahí andábamos gran parte del equipo, tranquilamente sentados en la calle esperando.
En vez de esas sillas de rodaje que vemos ahora tanto.
Sí, sí, entonces no había nada de eso, ni sillas ni nada de nada. Total, que así es cómo empezamos. Esa fue la etapa en la que conocí a Freddy y a Daylight Studios en Embajadores.
¿Esa relación crece a partir de ese momento?
Sí, fue una relación que continuó y se fortaleció. Efectivamente, con el paso del tiempo todo mejoró, creo que también se debe a que hubo un avance de toda la sociedad e influyó en todo. Así que se empezaron a hacer muchas más cosas en estudio por muchas razones. Cuestiones de clima, por ejemplo; aunque haga bueno, no es tan fácil fotografiar siempre en la calle. En pleno verano hace un calor monstruoso y en pleno invierno pasas un frío horroroso. También quieres un entorno en el que la luz sea más fácil de manejar… En fin, muchas cosas, pero el caso es que pasaban los años y mi relación con Daylight Studios se fue manteniendo. Y además sucedió una cosa muy curiosa. Cosmopolitan se cambió de edificio, como toda la empresa, y de Colón nos mandaron a todos a Ciudad Lineal, justo en la zona en la que se había mudado recientemente Daylight Studios. Lo teníamos a huevo.
Se podría decir que Daylight Studios y Cosmopolitan estaban destinados a entenderse.
Sí, trabajábamos juntos casi. Pero, sobre todo, porque yo siempre trabajé muy cómoda aquí… Ya no recuerdo en qué momento se negoció una tarifa especial por el compromiso mutuo que existía. Prácticamente todo, salvo que el estudio no pudiera, se hacía aquí. Era muy cómodo porque teníamos muchas facilidades y es verdad que era un estudio que siempre estaba muy al día con todas las novedades y avances del sector. Siempre había un esfuerzo por darnos lo que pedíamos. Cuando haces muchas producciones en interior, no puedes hacerlas todas en fondo blanco. Entonces, bueno, hablábamos con los fotógrafos y estilistas y nos inventábamos historias, que en términos publicitarios seguro que se dice de una manera más fina, pero para decirlo en castellano y claramente lo que hacíamos era inventarnos nuestras historias. Mirábamos mucho las cosas que se estaban haciendo fuera y le pedíamos a Daylight Studios montones de cosas: decorados, todo tipo de fondos, pintar el ciclorama… Y, en general, siempre se hizo ajustándose a nuestras posibilidades el máximo posible. Yo trabajaba muy cómoda. Si tú empiezas a trabajar en un sitio, te tratan bien y estás a gusto, al final es un poco como estar en tu casa.
Y con tantas horas y tantas producciones después el trato se convierte en algo más personal, menos frío y profesional, ¿verdad? Hay una sensación de confianza entre ambas partes que crece.
Efectivamente, después de un tiempo la relación entre ambas partes sobrepasa lo estrictamente profesional. Yo soy una persona a la que le resulta muy difícil trabajar con fotógrafos, estilistas, maquilladoras, gente con la que trabajo habitualmente, sin implicarse emocionalmente y a un nivel personal. Es mi forma de ser. A veces trae problemas, lo reconozco, pero yo pienso que a mí, en general, me ha traído ventajas. Y con respecto a Daylight Studios, por supuesto que me sucedió lo mismo. Conecté desde el minuto uno muy bien con la gente. Además, yo tengo una vis un poco gamberra. Este trabajo es precioso, pero también es bastante estresante porque, y esto es verdad, hay muchos egos flotando en el aire con tanta gente implicada. Yo era la responsable de mantener una armonía, era técnicamente la jefa, me pagaba la revista por ello y tenía la última palabra, pero nunca fui una persona de “ordeno y mando”. Eso sirve poco para mí. Tienes que saber mantener un equilibrio. Y eso incluye el estudio. A veces tienes que cambiar una fecha. O un día, en apariencia sencillo, en el que has contratado el espacio media jornada porque sólo había que hacer cuatro fotos y de repente las cosas se complican y tienes que alargar la sesión pero te enteras que por la tarde el estudio ya lo tiene alguien contratado. Aquí, siempre se buscaba una buena solución. Entonces, como siempre he necesitado sentirme cómoda, arropada, aquí sentía que la gente estaba a gusto. Y eso lo llevaba a muchos terrenos. Que la comida sea decente y que no falte, que toda la gente que está en el estudio trabajando contigo sienta que son uno más del equipo porque lo son.
Vale, aquí tenemos que hablar sobre las famosas lentejas de tu madre…
Claro (risas). A ver, lo primero que tengo que decir es que mi madre se había dedicado al catering de manera profesional con otra señora y, además, en casa éramos nueve hermanos. Con eso te haces una idea de que ya sabía guisar para mucha gente. De ahí surgió todo. Cuando estás todo el día haciendo producciones, y no hablo de bodegones que ése es otro tema, hablo de trabajos con entre 8 y 12 personas implicadas durante 10 horas metidos en un estudio o en la calle, con una furgoneta dando vueltas por aquí y por allá, tienes que comer. Y yo siempre he sido de comer bien. También me gusta la comida rápida ¿eh? pero de tarde en tarde. Entonces, yo buscaba que se comiera bien, no cuatro sandwiches, y por ahí, no me acuerdo exactamente cómo, surgió como solución que mi madre podría ocuparse del catering. Para traernos la comida al estudio ella se adaptaba con platos reales, que es lo que yo pretendía. Para comer un sandwich y tal ya podías llamar a rodilla o a Mallorca, que no está mal, pero no puede todas las veces. Recuerdo que siempre nos traía postres y yo siempre me quejaba porque tampoco quería que la gente estuviera hasta arriba, pero no me hacía ni caso (risas)…
Pero seguro que la gente estaba encantada…
Hombre, sí, a la gente le encantaba. Es que además poco a poco también ella le fue cogiendo el tranquillo y no te hacía comidas superpesadas porque luego teníamos que seguir haciendo fotos. También tenía que haber también siempre opciones veganas para quien no comía carne. Pero vamos, básicamente era comida casera y estábamos todos encantados, yo la primera y creo que el resto de la gente también. De hecho, mucha gente cuando nos encontramos me recuerda “las comidas de Cosmo”.
Mencionabas cómo progresaron las cosas en el sector. ¿Cómo fueron esos momentos?
Fue bonito, porque pudimos avanzar mucho con el paso de los años. En editorial es verdad que los presupuestos no son altos, pero poco a poco fuimos avanzando, estirando el chicle, y la empresa iba tragando porque la revista se vendía, que esto es fundamental y entraba publicidad. Y todo había cambiado a nuestro alrededor en España. Todo era más profesional, de verdad. Pero también es cierto que al final todo tiene que ver mucho con la forma de ser de cada uno. A la hora de buscar una localización que no fuera un estudio lo normal es que no tuviéramos presupuesto. Si una agencia de publicidad quiere un pisazo, pues lo alquilaba y ya está. A nosotros no nos alcanzaba. Alguien que no conoces y que tiene un pisazo no te va a dejar que hagas fotos gratis porque tú lo vales. ¿Qué hacíamos? Buscarnos la vida. En aquella época yo recuerdo tirar de agenda, con mi familia, con conocidos, con amigos de no sé quién… Si necesitaba una bici, pues se la pedía mi primo, por decirte algo. Luego tratabas de compensar ese tipo de cesiones que te hacía gente desde mandando un ramo de flores o invitándoles a los desfiles. Era otro tipo de trato y eso era extrapolable a todo. Por ejemplo, con Daylight Studios, honestamente, creo que no he necesitado pedir demasiados favores, pero si se los he tenido que pedir me he sentido cómoda haciéndolo porque teníamos ese tipo de relación y la confianza y sabía que se lo podía pedir.
Y años más tarde, ya en 2010, termina tu relación con Cosmopolitan y abandonas ese mundo.
Sí, como todos sabemos fueron año difíciles y hubo muchos cambios. Al dejar de trabajar en editorial, mi vida cambió en poquísimo tiempo, radicalmente. Dejé de ser directora de moda de una revista pero había invertido en otro tipo de negocio, en restauración. Al principio, trabajé en este negocio pero pronto me puse a trabajar con un grupo de gente desarrollando una web de moda, aunque después de ponerla en marcha surgieron muchos problemas y en dos años dimos por finalizado el proyecto. En ese momento decidí que paraba y me iba a mi casa. Además, por una serie de razones vendí mi participación en el negocio de hostelería. Mi vida cambio totalmente en esos cuatro o cinco años, dejé de trabajar, aunque he hecho otras cosas esporádicas. Me han pedido colaboraciones, escribiendo, por ejemplo.
¿Y cómo ves ahora desde fuera el sector?
Voy a ser honesta. Mi vida cambio radicalmente y lo miro poco. Si te das cuenta, en estos diez años prácticamente las revistas de moda han desaparecido, quedan cabeceras internacionales más importantes, sobre todo, que supongo que están ahí porque tienen que estar. Imagino que también hay otra serie de razones como el tema publicitario, pero realmente no sé si la inversión publicitaria ahora les compensa o no. Ahora soy más seguidora de redes como Instagram, de tal y tal. Bueno, pues es como, ya sé que puede sonar prepotente por mi parte, pero es como que nada me sorprende. Me parece que ya está hecho antes. Sé que hay gente buenísima haciendo trabajos maravillosos pero muchas veces tengo la sensación que veo cosas que ya se habían hecho, no me sorprende casi nada, y de verdad que no quiero sonar prepotente.
Y, ahora, desde la calma y mirando atrás, ¿qué balance haces de tu larga trayectoria?
Estoy muy satisfecha con ella. A ver, como en muchos sitios hubo muchos buenos momentos pero también alguno difícil. Yo me he reído en este estudio hasta dolerme la mandíbula, hasta llorar de la risa, pero también te digo que en este negocio me ha tocado llorar por pasarlo mal. Recuerdo una de las últimas producciones, poco antes de dejar de trabajar, que se alargó como hasta 14 horas, un montón. Recuerdo una sensación de estrés, de agotamiento, de pensar que era un suplicio y desear que acabara ya y decirme a mí misma para tranquilizarme “mira, son fotos, no estamos operando a nadie a corazón abierto, son fotos”. Estaba agotaba y vivía una situación de bastante estrés porque estaba habiendo continuamente despidos. No estaba al cien por cien y recuerdo bien ese episodio pero recuerdo mucho más los buenos momentos. Yo, aquí, en estos estudios, he bailado y cantado, me lo he pasado genial trabajando. Y todo haciendo las cosas bien. Es más, creo que ese buen rollo se ha notado en el resultado final del trabajo.
¿Qué has sentido hoy al entrar de nuevo en Daylight Studios? ¿Qué has pensado al ver otra vez a Freddy o a Dani (Daniel Martín es el director técnico de Daylight Studios)?
Una sensación de alegría, claro, pero sobre todo como si no hubiera pasado el tiempo. Como si hubiera estado aquí ayer, y eso que calculo que habrán pasado unos diez años sin aparecer por aquí. Creo que eso también es un indicativo del tipo de relación que has tenido. Y luego, encima, está todo el equipo igual (risas). Me ha sorprendido lo poco que han cambiado.